20011015

Rodrigo Gómez: EL OJO QUE FOTOGRAFIÓ A LA TROPPA

© Cristián Labarca Bravo


¿Imaginó alguien, en las gélidas primeras funciones de la obra Gemelos en la Casa Amarilla, el arrasador éxito que alcanzaría el teatro ‘La Troppa’ en en el Festival de Avignon? Un fotógrafo, Rodrigo Gómez, documentó el montaje teatral chileno más aplaudido de los últimos tiempos y lo convirtió en libro. De ese viaje, su inicios y la exhibición de un novedoso proyecto colectivo, ‘El amanecer de Chile’, habla en esta entrevista.

Pese a ser chileno, Rodrigo Gómez (1968) ha vivido gran parte de su vida en Francia. Pese a haber concretizado en pocos años uno de los sueños más anhelados entre la mayoría de sus pares, una agencia de fotógrafos que emula con éxito a la mítica ‘Magnum’, pocos lo conocen en éste, el conformista y pusilánime medio fotográfico santiaguino. Inquieto y nada de perezoso, desde su regreso a Chile, Gómez ha participado en ambiciosos proyectos que hoy son paso importante del quehacer fotográfico nacional. No sólo fue co-fundador junto a Claudio Pérez, el año 2000, de ‘IMA Agencia de Fotógrafos’; En junio de 2001, también con Pérez, montó en Santiago un mural que contiene la casi totalidad de imágenes de los detenidos desaparecidos durante la dictadura de Pinochet: ‘El Muro de la Memoria’, mientras que, hace un mes, logró llevar a la imprenta su primer libro: ‘Gemelos, un viaje con el teatro La Troppa’ (Ed. LOM, 2001), que comenzó con las primeras funciones del grupo en la Casa Amarilla de Santiago, continuó en el Festival de Avignon y finalizó con una gira por varias ciudades de Francia. Hoy, además de publicar regularmente en la revista ‘Elle’ y en el diario francés ‘Liberation’, el fotógrafo afina los últimos detalles de ‘El amanecer de Chile’, proyecto en el que 13 fotógrafos dan su impresión -el mismo día y a la misma hora, pero en ciudades distintas- de un amanecer en el territorio nacional.

Sus primeros pasos en el arte de mirar, claro, tienen orígenes más distantes. Un año después del golpe militar de 1973, su familia y él debieron mudarse, exiliados, a Francia. "Crecí y estudié psicología infantil allá -cuenta. Mi familia regresó a Chile en 1990 y yo me quedé en Francia, en Colombes, una ciudad de 80 mil habitantes a 6 kilómetros de París. No me proyecté como psicólogo. Me sentía alguien mucho más ligado a la vida de la calle, a los viajes. Además, crecí en medio de la cultura, ya que mi padre trabajaba en un organismo que durante la UP se llamaba DICAP, donde se grababan los discos del canto popular, de Víctor Jara, Quilapayún, Inti Illimani, los Parra... El golpe ocurrió mientras mi padre acompañaba a Quilapayún en una de sus giras por Francia. Con ellos trabajó durante muchos años. Luego montó una agencia donde difundía a los músicos latinoamericanos que había en París, ofreciendo espectáculos en torno a América Latina. Crecí en ese ambiente y un día me imaginé psicólogo, en una consulta, en un hospital... Empecé a hacer la práctica y a trabajar y me di cuenta que no tenía nada que ver conmigo. Terminé cuatro de los cinco años que duraba la carrera. Hasta entonces casi no había tomado fotos".

Sólo años más tarde, ya profesional de la fotografía, Gómez descubrió, gozoso, los caprichos de la genética: "Mi padre es un fotógrafo ‘amateur’, en el sentido que nunca ha vendido una foto. Sin embargo, tiene un archivo de su vida que contempla miles de imágenes. Él siempre tuvo una cámara fotográfica, nunca vivimos en un sólo lugar donde no hubiera una. Es más, él siempre andaba trayendo en su bolso una cámara. Entonces, no sólo tiene fotografías de nuestros cumpleaños o vacaciones, sino que de toda su vida. Vine a darme cuenta de eso, y a valorarlo como documento, muchos años más tarde. También comprendí que él tiene ojo fotográfico, sigue haciendo fotos y está muy orgulloso de que yo también lo haga. Fotografía todo, sin intención. Fotografía a mi abuelita, que es su madre, como ha fotografiado a la Joan Báez con los Quilapayún o en un encuentro del grupo con Francois Mitterand, cuando éste estaba en campaña. Con esa naturalidad y simplicidad ha ido fotografiado su vida y ahora que está más viejo, que tiene 65 años y es un hombre joven todavía, se ha dedicado a fotografiar mujeres jóvenes. Él tiene mucha onda y llegada con las mujeres jóvenes, les saca fotos muy bellas... fotos que yo no he hecho nunca".

PARÍS, TODO
Resuelta la crisis vocacional, Gómez comienza quizá uno de sus más trascendentales cuestionamientos y decide ser fotógrafo. Consciente de su facilidad para comunicarse con la gente (la que lo lleva a destacarse hoy como retratista) e inserto en el medio cultural latinoamericano en París, se las ingenia para hacerse cargo de un laboratorio fotográfico en el que se convence de haber optado con acierto. El trabajo no le falta: "Hice todo tipo de pegas. Mi padre trabajaba en lugares donde se hacían conciertos y accedí a ellos con una muestra sobre los músicos callejeros en París, luego de pasearme durante meses por la ciudad. También, en los comités de empresas que organizan actividades culturales para los trabajadores (ahí trabajaba mi viejo haciendo conciertos para los obreros) inventé la ‘Semana de la música callejera’. Durante cinco días proponía un espectáculo con un músico de la calle, un día un grupo folclórico boliviano, otro un cuarteto de música clásica, un jazzista, un organillero... Era gente que yo había encontrado haciendo estas fotografías. Conseguía a los músicos y ofrecía, incluida, la exposición con sus retratos".

© Rodrigo Gómez Rovira

-¿Mostraste entonces tu trabajo a algún fotógrafo parisiense?
-Estuve con Doisneau. Ya estaba más o menos metido en el medio e hice fotografía fija para un largometraje. El director era amigo de Robert Doisneau y éste vino tres días a la filmación. Conversamos y me saqué unas fotos con él. Antes, para la celebración de sus 80 años, vi un programa por la tele y me emocionó mucho el viejo... y eso que hoy sus fotos no son lo que me interesa, pero entonces... era la foto que yo estaba haciendo.

-Las calles de París y su fauna cosmopolita.
-Claro, era mi mundo y yo lo veía a él haciendo cosas maravillosas a las que yo también aspiraba. Me conseguí su dirección y le mandé una foto de regalo de cumpleaños. Era la foto de un viejo fotógrafo de la Plaza de Armas de Calama, al que yo había retratado rumbo a Bolivia. Le envié esa foto, contándole que era chileno. Doisneau me escribió muy agradecido y me mandó una foto suya. También me contó que era amigo de Oscar Castro.

-¿Tienes claro cuál es tu mundo hoy?
-Ahora mi mundo es más interior. Quiero relacionarme con el mundo y no sólo ser testigo de él.

-¿No se relacionaba Doisneau con sus personajes?
-Sí, mucho, pero su fotografía es más un testimonio de lo que era ese mundo que de lo que era Doisneau. A través de su fotografía uno entendía a Doisneau, pero lo entendía como hombre público, no en su intimidad, sus dolores, sus sueños, sus deseos... eso uno no lo sabía.

-¿Desde el inicio tu idea fue documentar?
-No, mi idea era fotografiar. No tenía clara ninguna distinción. De manera inconsciente me daba cuenta que había fotografía de prensa y de moda, pero no tenía bien clara la diferencia de las dos profesiones. Lo que yo quería era hacer fotos. Y hacer fotos significaba relacionarme con el mundo y rescatar algo bello de eso, o sea, hacer bellas imágenes del mundo con el cual yo estaba enfrentado.

-¿Qué son bellas imágenes? Puedes, por un lado, ‘embellecer’ lo hórrido, o fotografiar sólo lo bello, según la convención social.
-No sé si tenía conciencia de todo esto. Recordando, creo que lo que me interesaba de mis fotos era que causaran un interés en la persona que las miraba, partiendo por mí mismo. Eso pasaba por la estética, por lo que iba a fotografiar y por cómo lo iba a fotografiar. Por supuesto que estando en París uno cae en todos los clichés fotográficos posibles, fotografié en los puentes y todo lo que ya se ha visto mil veces... e hice fotos que hoy no recuerdo, ninguna de ellas ha quedado, pero ese fue mi aprendizaje. Entonces, más que bella era una foto que causara interés. La belleza, no lo puro, la belleza como emoción, algo subjetivo, es importante. Yo miro muchas revistas y muchas mujeres hermosas, y no me causan nada. Veo retratos de gente común o las mismas mujeres hermosas pero fotografiadas con otro enfoque, y me emociono.

-¿Cómo era el París que te tocó vivir -próximo a mayo del ‘68, al existencialismo literario de Sartre y Camus...- y cómo te influyó?
-La primera etapa de mi vida, desde los 6 años hasta los 15, viví en un barrio obrero de Colombes, una especie de La Pincoya, una población europea donde mis amigos de infancia han muerto de sobredosis o están presos. Ese era nuestro mundo, vivíamos en un edificio de 28 pisos, fuera de la ciudad. Era una comuna dormitorio, residencia de la clase baja y con muchos extranjeros. En mi curso había portugueses, españoles, senegaleses, argelinos, marroquíes, italianos, chilenos... Entonces viví una vida de calle. Si no es porque mis viejos eran de otro medio y les tocó vivir el exilio ahí, yo podría haber sido un ‘chiguá’. Cuando éramos cabros chicos andábamos robando motos, esa era mi infancia.

-¿O sea que de toda esta luminosidad e intelectualidad de París: Cero?
-No existía. O sea, miento, porque yo creo que eso fue lo que hizo posible que yo me metiera en otros ambientes con tanta soltura. Porque a la vez que vivía ahí, con mi viejo iba al Olympia, al Louvre, y no por snobismo, sino que íbamos al Olympia porque tocaban los Inti. O sea, a diferencia de mis amigos, nuestro mundo no era el barrio. Ese era su mundo, no tenían otro. Otra cosa fundamental, que marcaba la diferencia, era que había Chile. Yo llegaba a mi casa y era Chile, Chile con su música, sus comidas -el domingo se comía empanadas, en verano pastel de choclo- el teléfono sonaba en un ochenta por ciento en español... Todo eso hacía que yo tuviera otro mundo, aunque vivía ahí y mi colegio era ahí y mis amigos eran esos. También íbamos al barrio latino porque mi mamá era encargada de la revista Araucaria, entonces ella la distribuía en las librerías de París y yo la acompañaba. O sea, París no fue algo ajeno para mí. Era como si yo viviera en Independencia, pero a menudo fuera a la Plaza Ñuñoa.

"Más tarde todo eso cambió, cuando me cambié de colegio a uno donde mis compañeros eran hijos de profesionales franceses. Eran jóvenes como yo, muy politizados con el tema del armamento y la paz, y activistas muy participativos en el colegio. Ellos son mis amigos hoy, estudiamos juntos en la universidad y nos compramos una casa juntos. Comencé a leer otras cosas, a ver otro tipo de cine, a escuchar música de Leo Ferre o Brassen. Ya al final, poco antes de venirme a Chile, París era algo propio, donde tenía ‘picadas’, bares y amigos, donde entraba gratis al ‘New Morning’, donde han tocado los más grandes jazzistas, porque era amigo del negro que medía dos metros que estaba en la puerta. O sea, tengo calles, tengo gente, olores, y eso lo hacía sin pensarlo. Vine a analizarlo acá en Chile. En Francia siempre viví sintiéndome chileno, con Chile muy presente. Soy chileno, nací acá. Me vine a ver lo que significaba realmente ser chileno en Chile, y me di cuenta que era francés, también. Y que en el fondo soy francés y chileno, o chileno y francés, sin jerarquía. Esa es una cosa realmente que se compatibiliza, es una sola cosa. Ahora que ya llevo cinco años en Chile, con mi novia francesa, me siento bien aquí y tengo los códigos, conozco a la gente, he viajado a lo largo del país y me subo al avión, llego a París, y es igual".

© Cristián Labarca Bravo

Después de unos años, Gómez llevó a cabo su primer trabajo de envergadura como fotógrafo, "ahora sí con la intención de documentar", según señala, acerca del barrio de su infancia. "Cuando mi familia se vino a Chile, me cambié de barrio a otro dentro de Colombes, ya no una población, sino en el centro. Y volví a documentarlo. Recibí una beca del Ministerio de la Cultura, fondos de la Municipalidad de Colombes y de diversos organismos, para hacerlo. La intención, además, era hablar de mí, porque si iba a retratar al carnicero del barrio, era el carnicero donde mi vieja compraba carne y era el carnicero árabe que vendía cilantro, porque los franceses no consumen cilantro y los árabes sí, entonces mi vieja para hacer el pebre... Cosas así, era mi vida que yo estaba fotografiando también".

-¿Por qué uno fotografía eso; un carnicero anónimo visto por alguien anónimo, pero consciente de que puede llegar a ser importante?
-Porque es una lucha vana contra la muerte, por eso uno lo hace con tanto cariño e intención, y es por eso que puede llegar a interesarle a otras personas. Creo que hay gente que se conmovió viendo a ese carnicero, no porque Rodrigo Gómez le sacó la foto y porque era mi historia, sino porque yo lo hice con toda esa carga emocional, de tal manera que tú ves al carnicero y te provoca otras cosas en relación con tu vida, o a ese instante, o te provoca interés, gracia, mil cosas. Fotografiar a ese carnicero, en ese instante, era algo de vida o muerte... porque era toda tu historia. Por eso lo hago y, como a veces resulta, queda una imagen que puede interesarle a otros. Lo importante es que después de esa exposición, la municipalidad me contrata como fotógrafo de la ciudad y trabajo dos años ahí. Entonces decidí venirme a Chile. Fue a fines de 1995, comienzos del ‘96. No quería quedarme estancado con lo que hacía en Francia, así es que antes me tomé un año sabático. Visité todos los museos y vi todas las películas que pude. Mi actividad era consumir París, la noche, los grandes eventos... Lo importante es que ya soy fotógrafo y eso me tiene muy feliz.

EL VIAJE, EL INICIO
Terminado el año sabático, Gómez se trasladó al puerto de Amberes, Bélgica. Desde ahí, abordo de un carguero polaco, regresó a Chile, a Valparaíso, en una travesía que duró 45 días y que inició un nuevo capítulo en la vida del fotógrafo: "Ese viaje fue iniciático. Durante un mes y medio estuve en algo que no era ni Chile ni Francia, un barco polaco. Llegué, le pagué los mil dólares al capitán, en efectivo, en su cabina, y subí mis tres o cuatro baúles con mis discos, mis libros, una cámara de placa, una ampliadora y me vine. Fue fantástico. Fue algo que yo vivo poco, un momento de reflexión. Vivo poco porque estoy muy pocas veces solo en mi vida. Y ahí, el tiempo no existe. No tenía horario. Si yo quería vivir de tres a diez de la mañana y luego dormir para despertarme a las 4 de la tarde, leer o qué sé yo, lo hacía. Me armé un mundo que fue delicioso, con mis discos, mi música. Compré libros de viajes, leí a Cartier - Bresson o esos libros de arte que uno mira y nunca lee, los leí, una y dos veces, repasaba... O sea, ese viaje fue todo eso, y además la aventura de cruzar el atlántico y ver sólo mar."

"Independientemente que antes de partir yo había ido a todos los medios, a mostrarle mi trabajo al editor fotográfico de ‘Liberation’, a Christian Caujolle de ‘Agencia Vu’ y a las grandes revistas, durante ese viaje mi fotografía fue algo muy interior, sin ningún límite, tal como yo estaba en el barco, sin nada detrás. La fotografía que hice, entonces, no fue documental. Quizá en otra etapa de mi vida hubiese hecho la vida abordo. Aquí hice lo que se me dio la gana. Y me levantaba a las 3 de la mañana a fotografiar el mar, donde no había luz, y dejaba la cámara abierta durante segundos, con el barco moviéndose y, bueno, no servía para nada, pero eso era lo que yo quería fotografiar. Ese fue mi acto fotográfico en ese momento".

A su llegada a Chile, Gómez inició el acostumbrado peregrinar por los medios de prensa santiaguinos. Golpeó puertas y "de manera completamente inocente, fui a vender mis fotos a ‘El Mercurio’". ¿Qué ofrecía? Emulando el ejercicio fotográfico de la película ‘Smoke’, durante los cuarenta y cinco días de su travesía marítima fotografió una situación cambiante desde el mismo punto de vista. El primer cuadro muestra el puerto de Amberes, el segundo la costa francesa, una vista de Bilbao durante cuatro días y luego semanas de absoluta soledad en alta mar. Afectado por el cambio de uso horario, el fotógrafo cuenta que "llegó un momento en que ponía el despertador diez para las tres de la mañana, salía con mi cámara, paraba el trípode, obturaba y volvía a la cama. Armé un trabajo doble, uno de reportaje y el otro de esta idea con un texto. Lo que yo quería, el concepto, era hacer una exposición que durara 45 días, en el diario. Cada día se publicaría un cuadro. Obviamente, ‘El Mercurio’... casi me pescó... por la estupidez de que era chileno - francés y un barco polaco... casi... y no me pescó porque no me di cuenta a tiempo lo íntima que era esa fotografía. Los 45 días eran desequilibrados, yo debí haber armado algo completamente íntimo, surrealista, pero entremedio aparecían fotos con este deseo de documentar la realidad, que no tenían que ver conmigo, sino con el viaje, el espacio. Comprendí que si quería armar algo en Chile, para eso necesitaba libertad".

-¿IMA?
-IMA. Armar ‘IMA Agencia de Fotógrafos’ para poder relacionarme con Europa desde acá. Durante el año sabático que me tomé, a todo el mundo le decía ‘Miren, estas son mis fotos y ahora me voy a vivir a Chile. Si necesitan fotos de Chile, Argentina o Bolivia, yo estoy allá’. Me vine a armar algo como lo que ahora, luego de tres años, estamos viviendo: La unión de seis archivos fotográficos pertenecientes a un grupo destacado de fotógrafos (a Pérez y Gómez se unen el español Elde Gelos, el francés Eric Facon y los chilenos Javier Godoy y Miguel Navarro, como asociados) que ofrecen una mirada al mundo, una visión personal en el amplio campo de la imagen, ya sea de prensa, institucional y comercial o como expresión individual del reportaje y el retrato. Defendiendo, siempre, la autoría del oficio de fotógrafo. Hay, además, un hecho quizá anecdótico, pero importante. Cuando decido ser fotógrafo y mi padre se viene a Chile, me manda un libro de fotografía chilena. Aún lo tengo, en la solapa mi viejo me lo dedicó y dice: ‘Rodrigo, te mando este libro de un fotógrafo chileno, ojalá un día hagas un libro como este’. El libro era ‘Claudio Pérez. Imágenes Fotográficas 1984/91’, de la Colección Mal de Ojo (Ed. LOM, 1992). Yo vine a encontrarme con la fotografía chilena e, inconscientemente, con este fotógrafo. Antes conocí a Javier Godoy, él hizo un viaje y lo reemplacé en la revista ‘Rock & Pop’, fotografiando conciertos. Armé un primer grupo con él y Eric Facon; la ‘Agencia Aujourd’ hui’. Así empezamos a publicar con esa misma idea. Javier me dice que tiene un amigo que le ofrece compartir un taller, es Claudio Pérez. Ambos trabajábamos, sin conocernos, en revista ‘Rocinante’. Hubo así un segundo golpe de amor con este personaje.

‘LA TROPPA’
De la misma forma en que el destino u otra extraña fuerza de la naturaleza, confabuló para que el trabajo de Rodrigo Gómez hallara correspondencia con el de Claudio Pérez, sucedió con el teatro ‘La Troppa’ y su singular éxito con ‘Gemelos’. Un viejo amigo francés telefoneó a Gómez haciendo de vínculo entre el fotógrafo y una pareja de novios que decide casarse, en Europa. La pareja ha visto un álbum de la creación de Gómez y quiere contratar sus servicios para testimoniar las nupcias. Gómez acepta, entusiasmado de volver a París.

En pleno preparativo del viaje, una amiga le habló al fotógrafo de ‘La Troppa’. "Me habló toda la noche de ellos -recuerda. Así que fui a conocerlos, fui a ver ‘Gemelos’. Quedé fascinado, llorando, riéndome, muy emocionado. De pronto, descubro que hay fotos de ‘La Troppa’ tomadas por Claudio Pérez. Jaime Lorca, uno de los integrantes de la compañía, está casado con la hermana de su mujer. Y antes de eso, después de la primera función, me encuentro con unos amigos y nos vamos a tomar unas cervezas en un departamento, allá por Vicuña Mackenna. Ahí estaba Cristóbal, el iluminador de ‘La Troppa’. Es él quien me dice que están invitados al Festival de Avignon, uno de los más importantes del mundo del teatro. Yo iba al matrimonio y ellos estarían en Francia, sólo tenía que acercarme. Tenía que ofrecerles documentar su estadía en Avignon. Es importante para mí, por la emoción que yo viví en esa sala de teatro, por otras visitas que yo había hecho en algún momento de mi vida a Avignon, porque era una obra de un grupo chileno en Francia... ¡Era importante para mí ser testigo de eso!. Además, ya antes había fotografiado, durante seis meses, la obra ‘Tomás’ de Malucha Pinto, dirigida por Andrés Pérez. Un día se lo comento a Claudio (Pérez) y él me dice perfecto, y me los presenta. Les propuse el proyecto. Aceptaron. Y casi no volvimos a vernos después de eso. El día indicado sólo llegué. Y ellos me habían considerado, tenían una credencial para mí y me dieron alojamiento en el departamento donde ellos dormían, en el sofá del living. Estuve todo el Festival de Avignon con ellos.

-¿Por qué ‘La Troppa’ le reconoce importancia a tu propuesta?
-Ellos son muy sensibles al hecho que yo me haya emocionado, que haya apreciado y compartido todo su trabajo y quisiera, ahora, poder rescatarlo fotográficamente para dejar un testimonio. Así empecé a conocerlos. Sólo habíamos conversado 15 minutos después de una función. Sucede que están en Francia, una obra programada en el festival In, y no hablaban francés. Estaban... como si mañana te pusieran a ti en Pekín. Llegué, sin conocerlos, pero con todo el cariño que les tengo gracias a su obra. Empiezo a darles códigos de la vida allá, a pedir en el restaurante, a caminar juntos en la calle, a demostrarles situaciones y a traducirles con sus productores. Era un guía, un acompañante, eso para mí era genial, porque me interesaba poder estar con ellos el mayor tiempo posible para fotografiarlo todo. Se va provocando así un encuentro, entre los cuatro, más el equipo técnico que los acompaña. Cuando llegué (un día después que ellos) habían hecho sólo una función para la prensa. Al día siguiente era el estreno. Tuvieron doble página en ‘Le Monde’, doble página en ‘Liberation’, toda la prensa alabando y diciendo que era fantástico. Se habló mil maravillas de ellos. Era euforia. Y comencé a hacer una especie de ‘pajarito nuevo’ que cuajaba bien. Siendo ellos un grupo muy hermético, había cabida para mí, aunque aún como el tipo que conoce Francia más que como fotógrafo.

-¿Cómo fue la noche del estreno?
-Los había fotografiado en los camarines. Termina la obra y se produce un aplauso de casi 20 minutos. Entre el público había un setenta por ciento de los directores de teatro francés, que van a Avignon a ver obras para hacer la programación de sus salas el año próximo. Era una sala pequeña, de una 250 personas, la mayoría franceses, aunque estaba también Ángel Parra. Entonces... una emoción que me viene... ¡Por esto! ¡Porque yo se que lo que está sucediendo no es común, en ninguna parte del mundo!. No es común la gente conmovida, impresionada, y estos tres personajes, saludando, y yo viéndolos en la Casa Amarilla, que se llueve, que hace frío en invierno, que te cagas de calor en verano... Ellos, con los Fondart, endeudándose. Armaron la escenografía y no alcanzó la plata para cambiar los zapatos de la abuela, el personaje de Laura... Todo eso... Y yo los veo como si estuvieran subiendo las escalinatas del Festival de Cannes, recibiendo la Palma de Oro, viniendo de Chile. Entonces, me pregunto qué hago. ¿Puedo meterme ahora atrás y ver qué pasa, y fotografiar esto que es excepcional? ¿Puedo entrar a los camarines donde están solos, los tres? Y me meto. Tenía que jugármelas, o me echan o entro y me aceptan y se transforma en una puerta abierta para estar con ellos. ¿Y cómo los encuentro? Después de todo esto, de los aplausos, de la acogida... alegando por una luz que no entró a tiempo. Eso, también, me da signos. Cuánta otra gente había visto que, por mucho menos, se había quedado tan satisfecha, en los laureles. Ellos no. ‘¡Por qué no entró esa luz!’ -alegaban. ‘¡Por qué no entró!’. Comprendí que tenían algo, que son importantes, que no era una coincidencia lo que yo había visto.

-¿Qué vino después?
-Me piden que esté presente en las reuniones con los productores. Me piden consejos para ayudarlos a evaluar lo que les estaba pasando, porque ya venía lo que está sucediendo ahora. Yo feliz. Me doy cuenta de lo que iba a venir, que iban a hacer giras por Francia, y se me ocurre ofrecerles -como debían contratar un intérprete- que me contraten a mí, además de mi trabajo como fotógrafo. Como la obra llevó subtítulos en francés, alguien debía introducirlos al ritmo que se decían las líneas, a través del computador. Es complicado, no puedes tirar un texto y que la gente se ría antes que ellos hayan tirado la talla, porque a ellos los desestabiliza.

-¿Cómo fue la gira?
-Fue una gira de alrededor de 25 funciones durante dos meses. Los teatros llenos, la gente emocionada... Ahí me dediqué a hacer fotos, estaba mucho en los montajes, porque ayudaba a hacer la traducción entre los técnicos franceses y chilenos. Era un ritmo duro, terminaban de desmontar a las 3 de la mañana, partían al hotel, al otro día levantarse, viajar en auto, llegar a otra ciudad, montar durante dos días... El único lugar donde uno descansaba realmente era en los restaurantes. Imagina, yo subí como 6 kilos. Ese fue todo el material. Tenía estas fotos panorámicas a color que había sacado en Santiago, en la Casa Amarilla. Pero lo que hice en Francia eran las 22 horas y media que sucedían en torno a la hora y media de la obra, en blanco y negro. Fotografié lo que me interesaba que perdurara, aunque fotográficamente eso no fuera bello. Pero mi propósito principal era fotografiar el viaje, iniciático como en la obra, y el viaje físico, la gira propiamente tal. En el libro también hay fotos que no son de la obra y tampoco aparecen ellos, pero sí del viaje. Por ejemplo un paisaje, que quizá tiene que ver con los que ‘La Troppa’ escoge para poner en escena, además de mi propio viaje de regreso a Francia, con una compañía de teatro chilena, una comunión que tenía que ver con mi vida. Eso fue lo que me pasó con ellos. Pero el libro es de la obra y la compañía, no mío. Su importancia es que en él estos tres actores escriben el manifiesto de ‘La Troppa’. Como grupo de artistas teatrales tienen posiciones frente a la vida, artísticas y políticas, que yo considero interesantes. Trabajan en tribu pero muy abiertos al mundo, con mucha exigencia y seguridad, jugándosela por lo que piensan y hacen.

‘EL AMANECER DE CHILE’
Quizá las imágenes más conocidas de Rodrigo Gómez, antes de la publicación de ‘Gemelos’, eran los paisajes patagónicos que el fotógrafo captó con una cámara desechable de formato panorámico, y que luego fueron expuestos en la muestra colectiva ‘Intervenciones, cruces y desvíos’, organizada por Enrique Zamudio en el MNBA. También destacan los retratos que Gómez obtuvo de algunos indígenas quechuas residentes en las alturas de Sucre, Bolivia. Los iconos fueron la consecuencia de una primera experiencia que, en cuanto a imágenes, no logró satisfacer al fotógrafo. Sucedió en Sapanani, Cochabamba, poblado hasta el que Gómez llegó para el aniversario de los 500 años del descubrimiento de América. Pese a que el resultado no fue el esperado, uno de los retratos logró conmoverlo y perseveró. Algo de esta segunda experiencia -verdadero descubrimiento de la luz en las alturas- se expuso en el Centro Cultural de España, hace un año.

Junto a Luis Navarro. Reuniones de recolección de material fotográfico previas a la exposición "Chile, 30 años", 2003.
© Cristián Labarca Bravo

Pero si una de las cosas que asombra es la productividad con la que Gómez se ha ido dando a conocer desde su regreso a Chile -y como esta comunicación parece no terminar nunca de derribar las paredes de ‘lo cultural’ y salir más allá de su reducto limitado y pretencioso- sin duda que el último trabajo en el que participó, como gestor responsable de la iniciativa y como autor de algunas de las imágenes, será el que definitivamente lo dará a conocer en Chile.
Financiado por el Fondart, ‘El amanecer de Chile’ consiste en el acto fotográfico de trece fotógrafos -Soledad Montero, Sergio Pérez, Antonio Quercia, Andréz Cruz, Héctor López, Javier Godoy, Elde Gelos, Verónica Quense, Thomas Wedderwille, Claudio Pérez, Richard Salgado, Rodrigo Gómez y Miguel Navarro- que entre las 05:00 AM. y el mediodía del 30 de noviembre de 2000, dejaron impreso su punto de vista -documental, de autor, publicitario o periodístico- del lugar que, a lo largo de Chile, les tocó fotografiar.

-¿Por qué el amanecer de Chile?
-Es muy poético el cómo despierta un lugar, cómo se va desarrollando el amanecer tanto en términos de luz como de las actividades que el ser humano comienza a desarrollar, una vez que interrumpe el sueño. Me parece un momento interesante en la vida de cualquier persona. El hecho de poder hacer esta instantánea panorámica de Chile es importante porque se provoca esta cosa mágica en relación con el tiempo y el espacio. Evidentemente no es un proyecto original, en el sentido que ya se han llevado a cabo experiencias similares, sin embargo en Chile es aún más interesante por su geografía. Pudimos variar entre lugares desolados y recónditos, y ciudades importantes. Estuvimos en Visviri o en las termas de Chillán. Mientras un fotógrafo capturó el amanecer en un antiguo prostíbulo de Valparaíso, otro lo hizo abordo de un barco entre Punta Arenas y Puerto Williams.

-¿Bajo qué criterios escogiste a los fotógrafos?
-Creo que es gente con la que tengo afinidad y por cuyo trabajo siento respeto. Necesitábamos fotógrafos cuyo trabajo fuera distinto entre sí, que no se repitiera. Algunos trabajan en color, otros son muy exigentes en cuanto a la técnica; Mientras uno se desarrolla en el mundo de la moda, otro es netamente documental.

-Háblame del concepto diferencia/similitud que se aprecia en este proyecto.
-Existe la intención de abarcar el máximo de la diferencia. La reflexión va por ahí, lo diferente y parecido. Nos parecemos al ser todos fotógrafos, pero somos trece fotógrafos diferentes. El trabajo se desarrolla el mismo día, pero en lugares distintos. En conclusión, pienso que la idea es la misma que sostiene a IMA. Estamos por una fotografía de autor y el objetivo es que detrás de cada fotógrafo haya un autor poseedor de una mirada, lo que significa su historia, su edad, su sensibilidad, su sexo. Cada uno de estos fotógrafos escogió el camino que le pareció más justo para el proyecto, y a mí me interesan esas diferencias. No se puede intercambiar a dos fotógrafos, ningún otro puede hacer lo que hizo Soledad Montero en Chillán, porque daba lo mismo dónde estuviéramos, lo importante es quien vio ese lugar.

"El Amanecer de Chile" se expondrá, en forma íntegra, a comienzos del 2002 en las instalaciones del Metro de Santiago. Mientras, un adelanto de la muestra se presentará a partir del 5 de octubre en la ciudad de Coquimbo.

(Entrevista publicada en el diario El Mostardor.cl, durante el mes de octubre de 2001. Original corregido y aumentado)

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